La primera vez

Era tan bondadoso y paciente que cuando lo enfadaba,
después de exponer valiente su puño a 2 milímetros de mi cara,
solamente lo estrellaba contra la pared,
contra la columna,
contra la puerta,
contra la ventana.

Pero hubo un día en el que agoté su paciencia,
y en medio de un ataque de pánico en que el que me costaba respirar,
mis suplicas por que me dejara salir a coger aire a la calle colmaron su paciencia
y cansado de mi actitud de potra rebelde,
decidió callar mis grutos cruzándome la cara.

Mis ojos orbitantes bajaron la cabeza aterrados.
Mi mente quedó en blanco.

Mis entrañas escucharon el crujir del cristal de mi alma.

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