– Bueno Eva, cuéntame cómo empezó todo.
– Cuando llegué a la ciudad padecía una amnesia total. Los años anteriores se habían borrado de mi cabeza, no recordaba quién era, ni de dónde venía, pero sabía que no quería volver sobre mis pasos. Ese fue uno de los principales motivos por los que decidí volver, quería empezar algo nuevo.
-¿Y cuánto fue que lo conociste?
-La primera vez que lo vi fue aquella misma noche en una fiesta en la playa. Solo con mirarlo quedé petrificada y ya no pude apartar mis ojos de él.
– ¿Dirías que fue un flechazo?
-Sin duda. Fue dolor a primera vista.
– Y dime Eva ¿Cómo es no lo viste venir? No notaste en él agresividad; sería un hombre autoritario, defensivo…
– Tenía un temperamento muy fuerte y un gran carácter, aunque debo decir que todos a su alrededor lo admiraban y lo querían, como a un referente. Pero conmigo era diferente, era dulce y delicado.
A mi… a mi me trataba como a la flor más delicada del jardín. Verás, Adán era mi salvación, mi destino. Él me decía que habíamos sido creados el uno para el otro, que él hubiera dado lo que fuera por verme renacer… que mientras estuviera a su lado, siempre me sentiría en el paraíso. ¿Cómo no iba a caer rendida a sus pies? Él era mi protector, mi otra mitad.
– ¿Y qué cambió entre ustedes? ¿Qué fue lo que pasó?
– Pues la vida… eso fue lo que pasó. Yo lo amaba profunda y ciegamente, te lo aseguro. Al principio no tenía ojos para nada que no fuera su sonrisa. Pero en aquellos años yo era una muchacha jóven y curiosa, tenía muchos planes por delante tan geniales como absurdos, pero que me hacían soñar despierta.
Y eso a Adán no le hacía mucha gracia. Me decía que esas alas con las que sobrevolaba la ciudad eran muy frágiles y que en cualquier momento se quebrarían. Siempre con ese aire de preocupación que poco a poco fue convirtiéndose en obsesión, o quizás siempre lo fue, solo que yo aún no me había dado cuenta.
Cada vez que ponía los pies en el suelo me hacía detallarle con lujo de detalles dónde había estado, qué había descubierto y no quedaba tranquilo hasta que, como en un interrogatorio en sala oscura y bombilla sobre los ojos, le contaba cada segundo de mi vuelo.
Y yo… no sé, supongo que las piezas empezaron a desencajar. Cada vez era más feliz en el aire viviendo nuevas aventuras que en la monotonía de sus controladores abrazos. Hasta que un día me armé de valor, fui hacia él y le confesé mis sentimientos. Le dije que mi naturaleza estaba en el aire, y que no podía saguir más anclada en esta tierra que me hacía prisionera. En ese momento su cara cambió, la rabia y la impotencia en sus ojos despertaron llamas en sus pupilas y las paredes sufrieron los puñetazos que iban destinados a mi cuerpo.
Esa fue la primera vez que tuve miedo.
Y aunque me alejé por un tiempo, siempre lo veía desde las montañas, espiando cada paso que daba. En cada lugar nuevo al que llegaba, estaba él, detrás de una esquina, como quien finje no molestar, pero cuya respiración no se aparta de tu nuca.
– Fue entonces cuando pasó lo de la manzana ¿no?
– Fue algunos meses más tarde. Siempre me había dicho lo mucho que le molestaba verme junto a ese árbol, pero a mi me gustaba estar allí, charlando con mi amiga la serpiente. Ella siempre tan amable y positiva, mostrándome el lado bueno de las vida, enseñandome cosas a las que jamás había siquiera prestado atención. Y yo siempre rechazando sus manzanas, sabía que si siquiera rozaba una, Adan se enfadaría. Pero un día, la serpiente volvió a ofrecerme una manzana, esta vez roja y brillante, con un olor inolvidable…y sin pensarlo más de un segundo, mordí.
De repente se escuchó un estruendo en el cielo, Adán lo sabía. Y como por arte de magia apareció antes mis ojos, leyendo en mi cara lo que había pasado. Después de todo, le habia entregado mi esencia, le había abierto mi mente, durante años había exprimido segundo a segundo cada uno de mis más íntimos pensamientos. No había secreto que pudiera esconder de él.
Fue entonces cuando la verdadera pesadilla empezó.
Los cielos se tornaron grises, y Adán lanzó dardos envenenados de ira apuntando a todas las grietas que había en mi ser y que solo a él le había descubierto alguna vez. Mientras la ponzoña de las dagas hacía efecto en mi alma, un ataque de culpa innundó mi corazón llenandolo de lágrimas y miedo. Un miedo que no me dejaba desplejar mis alas, que me mantenía enterrada en vida, que ya no me permitía volver a volar.
– Me imagino lo feliz que le haría a Adán volver a tenerte abajo, en la tierra.
-Irónicamente no. Mi alma emponzoñada de culpa sólo se sentía calmada si obtenía su perdón. Y él prometió perdonar mi traición, pero no había segundo de mi existencia que no me recordara mi gran falta, y poco a poco su venenene me iba matando en vida, dejándome sin ganas de volver a sentir o vivir, sin ganas de volver a volar.
Y en cuanto a él, a Adán, «mi otra mitad», «mi salvador»; nunca me perdonó haber mordido de aquella fruta y al parecer, ahora que mis alas se habían desvanecido como ceniza tras un gran incendio, después de haber envenenado mi alma y robado mi ilusión por vivir, ya no me quería a su lado…me quería a sus pies, arrodillada, rogando. Y así me tuvo durante mucho tiempo, demasiado. Hasta que un día le aburrí, se cansó de su obra siempre triste y desolada y se marchó sin decir ni adiós.
– Qué historia tan triste la tuya Eva… que pena que tus alas desaparecieran y ya no pudieras volver a volar.
– No eternamente. La culpa inflinjida no dura para siempre. Y lo que Adán no sabía es que desde el mismo instante en que mordí esa manzana, sus besos nunca volvieron a tener el mismo sabor. Y aunque durante mucho tiempo su veneno ocultó la verdad trás el mostruo de la culpa, la manzana había abierto mi mente y me dejó verlo todo con claridad.
Por eso siempre me quiso lejos de ese árbol, de esa serpiente, de esa manzana.
Porque no quería que supiera que su tierra no era mi lugar, que él no era mi otra mitad y mucho menos mi mudo.
Y es que algo tarde pero por fin descubrí que mi lugar está en el aire, mi mundo aún por descubir y soy YO la única persona que me completa.