Una de ballenas

Cuando acaricio tu pelo
siento un campo de trigo entre mis dedos,
se escapan las mariposas y se cuelan por mis manos.
Me tienen conquistada últimamente…

Cuando te rozo
Erupcionan mil volcanes,
Se funden mis entrañas de lava…

¿Y cuando te miro,
así,
de cerca…
cuando me miras?

Cuando me miras veo jorobadas nadando en el azul de tus ojos.

Rosa roja

Roja, de su Rosa él sólo sabe que es roja.

Nunca se ha detenido en su olor, ni en su tacto,
Aunque la ha tocado, él no recuerda su terciopelo,
No se ha impregnado en su aroma
Siempre mantenido la distancia de seguridad con sus espinas.

No la mima mientras duerme,
No la protege cuando llueve.

¡Cómo puede no olerla en cada rincón,
Ni morir si no la besa cada noche!
Cómo soporta tenerla cerca y no rendirse ante ella.

Si ella me dejara acercarme, sus espinas serían mi cielo.

Pero él,
Sordo-ciego-mudo a conveniencia,
No escucha…
Él no la escucha…

Hasta que un día la Rosa se cansó de soportar la lluvia,
y dejó que el sol la quemarla hasta dejar de sentir.
Y en susurros lloraba:
«Por ti, me hubiera arrancado una a una las espinas,
Por ti, hubiera confiado hasta el final”

Un día, destruida, agachó la cabeza y no la volvió a levantar jamás.

Entonces, su Rosa, dejó de ser roja…
Y no fue hasta ese día que él noto que algo no iba bien.

Génesis

– Bueno Eva, cuéntame cómo empezó todo.

– Cuando llegué a la ciudad padecía una amnesia total. Los años anteriores se habían borrado de mi cabeza, no recordaba quién era, ni de dónde venía, pero sabía que no quería volver sobre mis pasos. Ese fue uno de los principales motivos por los que decidí volver, quería empezar algo nuevo.

-¿Y cuánto fue que lo conociste?

-La primera vez que lo vi fue aquella misma noche en una fiesta en la playa. Solo con mirarlo quedé petrificada y ya no pude apartar mis ojos de él.

– ¿Dirías que fue un flechazo?

-Sin duda. Fue dolor a primera vista.

– Y dime Eva ¿Cómo es no lo viste venir? No notaste en él agresividad; sería un hombre autoritario, defensivo…

– Tenía un temperamento muy fuerte y un gran carácter, aunque debo decir que todos a su alrededor lo admiraban y lo querían, como a un referente. Pero conmigo era diferente, era dulce y delicado.
A mi… a mi me trataba como a la flor más delicada del jardín. Verás, Adán era mi salvación, mi destino. Él me decía que habíamos sido creados el uno para el otro, que él hubiera dado lo que fuera por verme renacer… que mientras estuviera a su lado, siempre me sentiría en el paraíso. ¿Cómo no iba a caer rendida a sus pies? Él era mi protector, mi otra mitad.

– ¿Y qué cambió entre ustedes? ¿Qué fue lo que pasó?

– Pues la vida… eso fue lo que pasó. Yo lo amaba profunda y ciegamente, te lo aseguro. Al principio no tenía ojos para nada que no fuera su sonrisa. Pero en aquellos años yo era una muchacha jóven y curiosa, tenía muchos planes por delante tan geniales como absurdos, pero que me hacían soñar despierta.
Y eso a Adán no le hacía mucha gracia. Me decía que esas alas con las que sobrevolaba la ciudad eran muy frágiles y que en cualquier momento se quebrarían. Siempre con ese aire de preocupación que poco a poco fue convirtiéndose en obsesión, o quizás siempre lo fue, solo que yo aún no me había dado cuenta.

Cada vez que ponía los pies en el suelo me hacía detallarle con lujo de detalles dónde había estado, qué había descubierto y no quedaba tranquilo hasta que, como en un interrogatorio en sala oscura y bombilla sobre los ojos, le contaba cada segundo de mi vuelo.

Y yo… no sé, supongo que las piezas empezaron a desencajar. Cada vez era más feliz en el aire viviendo nuevas aventuras que en la monotonía de sus controladores abrazos. Hasta que un día me armé de valor, fui hacia él y le confesé mis sentimientos. Le dije que mi naturaleza estaba en el aire, y que no podía saguir más anclada en esta tierra que me hacía prisionera. En ese momento su cara cambió, la rabia y la impotencia en sus ojos despertaron llamas en sus pupilas y las paredes sufrieron los puñetazos que iban destinados a mi cuerpo.
Esa fue la primera vez que tuve miedo.

Y aunque me alejé por un tiempo, siempre lo veía desde las montañas, espiando cada paso que daba. En cada lugar nuevo al que llegaba, estaba él, detrás de una esquina, como quien finje no molestar, pero cuya respiración no se aparta de tu nuca.

– Fue entonces cuando pasó lo de la manzana ¿no?

– Fue algunos meses más tarde. Siempre me había dicho lo mucho que le molestaba verme junto a ese árbol, pero a mi me gustaba estar allí, charlando con mi amiga la serpiente. Ella siempre tan amable y positiva, mostrándome el lado bueno de las vida, enseñandome cosas a las que jamás había siquiera prestado atención. Y yo siempre rechazando sus manzanas, sabía que si siquiera rozaba una, Adan se enfadaría. Pero un día, la serpiente volvió a ofrecerme una manzana, esta vez roja y brillante, con un olor inolvidable…y sin pensarlo más de un segundo, mordí.

De repente se escuchó un estruendo en el cielo, Adán lo sabía. Y como por arte de magia apareció antes mis ojos, leyendo en mi cara lo que había pasado. Después de todo, le habia entregado mi esencia, le había abierto mi mente, durante años había exprimido segundo a segundo cada uno de mis más íntimos pensamientos. No había secreto que pudiera esconder de él.
Fue entonces cuando la verdadera pesadilla empezó.

Los cielos se tornaron grises, y Adán lanzó dardos envenenados de ira apuntando a todas las grietas que había en mi ser y que solo a él le había descubierto alguna vez. Mientras la ponzoña de las dagas hacía efecto en mi alma, un ataque de culpa innundó mi corazón llenandolo de lágrimas y miedo. Un miedo que no me dejaba desplejar mis alas, que me mantenía enterrada en vida, que ya no me permitía volver a volar.

– Me imagino lo feliz que le haría a Adán volver a tenerte abajo, en la tierra.

-Irónicamente no. Mi alma emponzoñada de culpa sólo se sentía calmada si obtenía su perdón. Y él prometió perdonar mi traición, pero no había segundo de mi existencia que no me recordara mi gran falta, y poco a poco su venenene me iba matando en vida, dejándome sin ganas de volver a sentir o vivir, sin ganas de volver a volar.

Y en cuanto a él, a Adán, «mi otra mitad», «mi salvador»; nunca me perdonó haber mordido de aquella fruta y al parecer, ahora que mis alas se habían desvanecido como ceniza tras un gran incendio, después de haber envenenado mi alma y robado mi ilusión por vivir, ya no me quería a su lado…me quería a sus pies, arrodillada, rogando. Y así me tuvo durante mucho tiempo, demasiado. Hasta que un día le aburrí, se cansó de su obra siempre triste y desolada y se marchó sin decir ni adiós.

– Qué historia tan triste la tuya Eva… que pena que tus alas desaparecieran y ya no pudieras volver a volar.

– No eternamente. La culpa inflinjida no dura para siempre. Y lo que Adán no sabía es que desde el mismo instante en que mordí esa manzana, sus besos nunca volvieron a tener el mismo sabor. Y aunque durante mucho tiempo su veneno ocultó la verdad trás el mostruo de la culpa, la manzana había abierto mi mente y me dejó verlo todo con claridad.

Por eso siempre me quiso lejos de ese árbol, de esa serpiente, de esa manzana.

Porque no quería que supiera que su tierra no era mi lugar, que él no era mi otra mitad y mucho menos mi mudo.

Y es que algo tarde pero por fin descubrí que mi lugar está en el aire, mi mundo aún por descubir y soy YO la única persona que me completa.

Deep down 1

Y qué hacer cuando todos los futuros posibles ya no lo son.
Cuando cada segundo de cada hora pesa más y más que el anterior.
Cuando la angustia se apodera de tu pecho y no te deja respirar.
Cuando la culpa gobierna tu mente y no te deja ver más allá…

Hay un momento en el que el reloj se estanca.

Un momento en el que después de tanto tiempo bajo las sábanas,
de almohadas empapadas,
de ojos carmesí…

Un momento en el que te das cuenta de que el secundero nunca va a retroceder,
que no puedes volver atrás y arreglar la gran cagada y no ser capaz de superar esto,
hace que el secundero quede detenido, y que tampoco pueda avanzar;
pero seamos sinceros, eso a ti te importa una mierda.

Porque no es solo el secundero el que se ha estancado sino tú.
Sin darte cuenta llevas años fingiendo que te mueves,
pero quedándote siempre en el mismo sitio.
Y no puedes volver y arreglarlo, pero tampoco mover ficha y seguir adelante.
Porque ya nada importa, mejor: porque ya nada te importa.

Frío polar en pleno agosto
Recuerdos que flajelan al son de un látigo.
Sonrisas ensayadas frente al espejo
Fantasías suicidas como único confort

No,
no estoy triste,
para estarlo debería ser capaz de sentir,
pero hace mucho tiempo que olvidé como se hacía.

El binomio ella y él que nunca formará un nosotros

Él toma una calada porque hace tiempo que la única realidad que soporta es la que no es real. Todos los días como un ritual, tabaco aliñado con pepitas de chocolate, que lo endulcen, que le hagan volver a sentir las pocas endorfinas que su tolerancia generada le permiten.

Él se sienta en una banqueta, deja el cenicero en la mesilla de enfrente. Su mano izquierda anquilosada tiene la forma del vaso de wiskey del que ya nunca se separa. Su mano derecha da vueltas al pincel que hace tiempo lo desafía. Frente un óleo en blanco, vacío, en el que su mente burletona dibuja los trazos de las magnificas obras que creó en su veintena sin esfuerzo.

Pero esos años hoy quedan tan lejanos, tiempos en los que aún había algo de vida en su ahora reseca alma.

Él toma otro trago, aprieta las mandíbujas, la impaciencia lo levanta y dando un grito salvaje atraviesa el óleo de un puñetazo. Agarra su mano, la mira y piensa que los golpes a almas arrinconadas temerosas la han llenado de durezas, los golpes a enamoradas que suplicaban entre sollozos que parara han hecho de su mano un arma inservible, llena de callos e incapaz de volver a crear algo bello. Nunca más.

Vuelve a sentarse en su banqueta, coge el cenicero y fuma contemplando su obra. El resumen de su vida: la destrucción de lo inmaculado, de lo virgen, de lo inocente.

Él toma la última calada del primero de la noche porque solo así puede ahogar los remordimientos que lo atrapan. Finalmente besos dulces con sabor a chocolate que desdibujan el odio de su cara, besos dulces que lo hacen flotar, que lo echan a volar…

Ella toma una calada porque por qué no. Hace años que dejó atrás sus dieciocho y a diferencia de los que vienen en caja, el olor de este sí le desabrocha el apetito.

Pide el manual de instrucciones que haga del experimento el menor daño posible y empieza el romance, besos dulces de color verde que dibujan en ella una sonrisa.

Una sonrisa que se convierte en risa, carcajadas contagiosas, incontrolables pero liberadoras. Libertad que la hace flotar, que la echa a volar…

Y es en ese viaje que se encuentran. Después de 25 años sin apenas conocerse, después de décadas sin siquiera una llamada.

Ella a él apenas lo reconoce, era una niña demasiado tímida las dos veces que recordaba haberlo visto. La imagen en su cabeza de fotos viejas que su madre guardaba en una cajita, poco tenían que ver con ese hombre calvo y gordo que la miraba.

Es él atónito y perplejo el que sin dudas, esta vez, la llama hija mía. Pues ahora el parecido de sus físicos le parece prueba más creíble que las palabras de su amada cuando le dijo que una criatura suya crecía en sus entrañas.

Ella sentimientos por él ya no tiene, nada más la rabia, el odio y la ira que el abandono provocan.

“No soy ni seré nunca nada tuyo, hija solo de la mujer que todas las noches, incluso en la distancia, mi alma arropa”

Insomnia poem 1

A mi la fe en el amor me la arrancaron
La rompieron en jirones ante mis ojos
Tiraron los restos al piso y se burlaron
Y aún asi voy yo y la recojo.

Limpié las piezas con mis lágrimas
Traté de recomponerla con mentiras
Con la esperanza de que algún día volvería
Ese amor inconmesurable y tan profundo
Esa creencia ciega del primer día.

Pero cansada de esperar en lo alto de la torre
La princesa cortó su larga y roja cabellera
Trenzó una escalera y sin dolores
Decidió escapar y vivir solo por ella.

El placer del errar

Texto escrito por una Mar de 15 años en la primavera de 2010

Tranquila, que si vuelvo a caer, volveré a levantarme. Porque esto es así, no hay más.
La vida es esta inestable serie de errores en la que se aprende mucho más al caer, que al estar erguido.

Pero me encanta, me encanta cometer errores.
Sí, ya sé que puede sonar cínico o demagógico, mas me apasiona cometerlos…aunque no sean tan dulces las consecuencias.
Adoro la sensación que produce el hacer algo aunque sepa que está mal, aunque de lejos vea que no puede acabar bien, simplemente porque me apetece.

Porque es lo que deseo en ese preciso instante.
Porque aunque después duela, en ese instante vale la pena.
Porque es lo que me hace sentir pletórica…

Y es que los errores tienen dos partes.
Sí. Aunque siempre te hayan enseñado la negativa, la de las consecuencias.
Pero qué hay de lo bueno, de lo que vivimos antes de que todo acabe, ¿acaso no es genial?

Si bien es verdad que mientras más alto subes más dolorosa es la caída…pero me gusta tanto llegar alto…

Porque hay veces que la subida, justifica el dolor.
Porque es momento para eso.
Porque es MI momento.
Porque voy a equivocarme tropecientas veces más hasta que por fin encuentre mi camino.
Porque qué son los aciertos sino errores que acabaron bien.

Solo sé que yo no voy a parar hasta que por fin encuentre mi acierto y no pienso sentirme mal por ello.

Porque se necesitan ensayos antes de la gran función.

3
Ilustración modificada de Raid71

Cicatrices en papel

Hay cicatrices que se aprende a amar, cicatrices que marcan la piel.
Cicatrices que ayer fueron heridas profundas y que hoy son solo son el recuerdo de travesuras pasadas que ya no volveremos a repetir.

Pero hay también cicatrices que amargan el corazón y lo despedazan,
Cicatrices que se convierten en fantasmas anudados en la garganta.
Cicatrices tan profundas que no se borran ni disimulan con el tiempo.
Cicatrices que no están en la piel, sino en el corazón.

Más hoy, me las arranco del alma,
Y de las malditas cicatrices que me dejaste
Solo habrá rastro en este sucio y viejo papel.

Yo soy Mar, bienvenidos a Cibia

Cibia es la isla desierta que albergo en mis entrañas. Una isla en la que coabitan mostruos de alma negra y bondadosas criaturas de corazón inocente. Un paraíso de aguas cristalinas y calmas, azotado fortuitamente por huracanes que llegan sin pedir cita previa.

Un lugar que huele a hogar, a comida recién hecha y a besos de buenas noches; pero en el que los miedos pasean a plena luz del día, y la angustia se hace ermitaña en las gargantas.

Bienvenido a Cibia, ¿Te atreves a entrar?

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Ilustración basada en una obra de Federica Bordoni